miércoles, 28 de octubre de 2015

Tiene razón Romeo. Son buenos tiempos para ser un hijueputa.

Me encuentro a Romeo en el café. Me saluda con cariño, como siempre. Se le ve inquieto, de mal humor. Le pregunto si todo está bien y así inicia esta conversación sobre México y los hijueputas.

Uno de sus trabajadores llamó para avisar que no se presentaría a trabajar porque se sentía muy mal. Al día siguiente, el trabajador llegó a la empresa con su constancia de incapacidad expedida por el IMSS. Romeo, que es el patrón, lo vio y se acercó a preguntar cómo se sentía. El trabajador se veía en mal estado, como si hubiera pasado varias noches sin dormir. En la clínica lo incapacitaron por un día, con la indicación de que si se seguía sintiendo mal regresará al día siguiente a urgencias.

Para pasar a consulta sin cita hay que llegar a las cinco o seis de la mañana y esperar varias horas para ser atendido porque bueno, se siente mal, pero no está grave. El chico presentaba dolores en el pecho y dificultad para respirar. El doctor lo revisó de prisa y antes de quince minutos salió del consultorio con una receta médica. Después fue a la farmacia del hospital e hizo 45 minutos de fila, pero al llegar su turno le indicaron que no tenían las medicinas que el doctor le recetó y que debería comprarlas asumiendo los costos.

Fue a una farmacia particular donde sí tenían las medicinas. Costaban mil setecientos pesos. No le alcanzó. Regresó con el doctor del Seguro Social para solicitarle que le recetara otras medicinas que sí tuvieran en existencia. Para esto, tuvo que esperar hasta que el doctor se desocupó. Dos horas después salió de la clínica con una cajita de Paracetamol.

Es una injusticia. -, dice Romeo. Y continúa... Pago las cuotas patronales religiosamente para que mis empleados y sus familias tengan acceso a médicos y medicinas. Cualquier día que vayas a una clínica del Seguro Social, a cualquier hora, vas a encontrar filas de gente esperando para ser atendidas por un médico o para recibir medicamento. Las farmacias no tienen ni siquiera el cuadro básico de medicinas. Los médicos tienen una lista interminable de pacientes que atender y les dedican diez o quince minutos a cada uno, para poder atender a la mayoría, pero casi siempre es imposible. La revisión que hacen de los enfermos es ridícula y como no hay medicinas a todos les recetan Paracetamol.

Así es y así seguirá siendo. ¿Y sabes por qué? Porque en este país nadie hace nada. Nadie se queja, ni protesta, ni defiende sus derechos. Nos preparan para que todo se nos olvide. Tragedia tras tragedia, drama tras drama, todo se nos olvida. Nos llenan de programas de televisión donde muestran la miseria de los demás, pero nos hacen creer que si no te pasa a ti, entonces estás muy bien y no deberías quejarte.

¿Qué pasaría si un buen día esa gente que está haciendo fila en una farmacia del Seguro Social decide no moverse de ahí hasta que les surtan las medicinas que les recetó el médico? Paralizan el sistema. Lo ponen en shock. Y probablemente el sistema mande a sus policías a desalojar a los revoltosos. Sí, esos mismos policías que vestidos de civiles están asaltando negocios, secuestrando empresarios, protegiendo narcos. Policías delincuentes protegidos en la impunidad de los gobernantes corruptos.

Porque siempre salen con el cuento de que esos que secuestran son gente pobre que quiere hacer dinero fácilmente. Eso es falso. Los criminales son los policías que saben que pueden cometer delitos sin temor a recibir castigo, porque quién los va a detener, ¿Sus compañeros que son igual de delincuentes? ¿Sus jefes que se benefician con con un porcentaje? ¿El gobernante que convenientemente los protege?

Pero volviendo al tema del IMSS y las medicinas. ¿A dónde se va todo el dinero de las cuotas patronales? A los bolsillos de los políticos. A sus campañas. A sus lujos. Son unos hijueputas. ¿Qué pasaría si un buen día los empresarios deciden no pagar la cuota patronal hasta que sus empleados tengan un servicio médico de calidad y una farmacia bien surtida? Otra vez, pondrían al sistema en shock. Pero lo más probable es que el gobierno los sancione con multas, suspensión o cárcel. Algún delito les inventarán y nadie hará nada para evitarlo. Lo único que hacemos es comentar esta terrible situación con la familia a la hora de la comida, o con los amigos en el café. Lo comentamos en voz baja, porque no vaya a ser que el de la mesa de a lado sea narco o algo peor, político, por ejemplo.

-¿Y López Obrador? -le pregunto. Ha prometido combatir la corrupción y a mí me parece que es un político honesto. Hasta hoy no se le conocen mansiones, ni que viva entre lujos, como casi todos los que están buscando el poder. Porque dicen que hay dos cosas que no se pueden esconder: el dinero y lo pendejo. Y creo que de eso él no tiene nada.

Romeo no duda: El peje puede ser muy honesto y todo lo que quieras, el problema es que cree que él solo puede cambiar este país y que con palabras bonitas va a hacer que los hijueputas se harán gente de bien, generosos y trabajadores. La realidad es otra. No van a dejar de robar, secuestrar, asesinar, porque alguien se los diga, mientras que a las otras cien millones de personas les vale madres y se quedan inmóviles ante tanta injusticia.

-¿Entonces que nos queda, Romeo?

No lo sé. Tal vez vivir con bajo perfil. No salir si no tienes que salir. Esperar que no te toque. Y si te toca, esperar que no te maten. Y si no te matan, esperar que no te vuelva a tocar.

-¡Uf! Que fuerte. Eo es vivir en estado de sitio, Romeo. Que triste que no podamos hacer algo más.

Bueno, también puedes venderle tu alma al diablo. Son buenos tiempos para ser hijueputa, porque nadie hace nada en este país.

lunes, 20 de julio de 2015

Las cartas que no le entregué (1)

¡Hola, T.!

¿Cómo te va en Barcelona? ¿Mucha diversión? ¡Supongo que sí! ¿Cómo sigues de la cabeza (de la quemada por la pintura, no de loca. Eso no se te quitará jamás. Lo sé… ja)? No. No te estoy stalkeando. Me apareció sin querer tu status en el Facebook. :p

¡En Veracruz el clima está delicioso! Nublado, con una llovizna riquísima y un fríito de esos que tanto nos gustaba de pretexto para estar juntas.

Estos últimos días se han ido demasiado rápido, no he tenido mucho tiempo para descansar. Te cuento: Mi mamá se enfermó, se le subió la presión y estuvo internada en el hospital. La primera noche aseguraba que se iba a morir y me hizo prometer que buscaría un buen hombre para casarme y tener hijos pronto. ¡Ya la conoces! Afortunadamente ya está mejor y en casa, aunque con pocos ánimos. A pesar de eso el fin de semana sacamos todos los arreglos navideños y nos pusimos a arreglar la casa. 

Este año le dio por llenar todo el jardín de luces y bueno, ahí nos veías trepadas en la escalera envolviendo con series de luces la palmera, el almendro y cuanta planta se atravesara en nuestro camino. Al final del día estábamos muy cansadas, pero valió la pena, porque de noche se ve genial. Eso sí, no faltó la serie que no encendía completa y tuvimos que ir probando foquito por foquito. Ese fue nuestro coco.

Además, toda la semana acompañé a mi papá a sus ensayos. Va a tocar en el Teatro del Estado junto a la sinfónica. Me gusta ir con él y ayudarlo en todo lo que pueda. Además, es divertido verlo regañar a los demás y me siento orgullosa por el respeto que todos le tienen. Los ensayos son extenuantes, eso sí. Regresamos a casa muy tarde en la noche, cansados pero contentos.

¡Ah!… ¿Qué crees? Los fantasmas de la casa se han ido. Ya no me buscan más por las noches. Aunque hoy ocurrió algo muy raro. En el patio de atrás, entre las ramas de un árbol, apareció un huevo. ¡Sí, un huevo! Blanco, de gallina. No estaba en un nido ni acomodado de manera que algún animal lo hubiera puesto ahí, sino que estaba colocado intencionalmente entre dos ramas. Lo iba a quitar pero mi mamá me ordenó a gritos que no lo tocara. Según ella eso es brujería. Sabe.

Así son mis días últimamente. Monótonos, extraños, alegres y sobre todo tristes cuando me acuerdo que ya nunca más estarás junto a mí. Me gusta estar en Veracruz. Mis papás me hacen sentir tranquila y segura. Pero también extraño el DF y no veo la hora de regresar.


Te amo,

V.T.

viernes, 10 de julio de 2015

Regresó Laura

Regresó Laura. Me encantó verla de nuevo. Es increíble lo que me hace sentir. Algo que no entiendo. Me comporto como una niña y no lo puedo evitar. Siempre que hablo con ella es más bien un monólogo y al mismo tiempo un martirio por tratar de conseguir temas de conversación que le puedan parecer interesantes.

Está más delgada y ahora usa pupilentes color verde que no le van. Creo que lo que me gustaba de ella era su naturalidad. Se acordó de mi y me lanzó un beso cuando me descubrió mirándola. Yo no la reconocí al principio. Se hizo algo en el cabello y tiene tatuajes nuevos. No parece la misma persona. Es diferente. Bueno, su manera de tratarme es la misma de siempre: Indiferente.

Quedó de llamarme para salir. Quizá iremos a comer, pero dudo que cumpla su promesa. No tiene ningún interés en mí. Pero al menos me hizo sentir bien saber que se acuerda de mí y conseguí olvidarme por un momento de cosas que me tienen tan triste. Estuvo un mes y medio fuera, y no esperaba encontrármela ahí. Cuando llegué al lugar tuve intenciones de preguntar por ella, pero decidí no hacerlo, había preguntado tantas veces.

miércoles, 13 de mayo de 2015

Alguien me agarró la papaya

Ese día decidí ponerme un vestido que no usaba desde el verano pasado. La primavera había llegado con todo y estaba haciendo un calor de los mil demonios. Era un vestido de algodón, color blanco, sin mangas, volado hasta la rodilla y con escote cuadrado en la espalda, de esos que no te permiten usar bra, pero con suficiente soporte en el busto para que las nenas no se salgan de su lugar. Perfecto para los días calurosos de mayo.

Como había subido un poco de peso desde la última vez que lo usé tenía miedo de que ya no se me viera tan bien como antes, pero me lo puse de todas maneras. Para mi sorpresa, mientras servía cereal en un tupper y fruta en otro, para desayunar más tarde en el trabajo, llegó Floramia y dijo que me veía genial, se arrimó a mí por un costado y bromeando me hizo cara de deseo. ¡Calma tus hormonas, zorra!, le dije entre risas. Guardé los dos tuppers del desayuno en mi bolsa y salí del apartamento soplando desde la puerta un beso coqueto a Flor que estaba en la sala.

Después, el chico del puesto de revistas de la esquina, con el que a veces comento las noticias del día, me preguntó a qué se debía que anduviera tan linda. Cuando me pongo nerviosa y no sé qué decir sólo sonrío, así que esta vez sonreí y me fui de ahí caminando rumbo a la estación del metro Juanacatlán, contenta, porque esos comentarios me habían hecho sentir estupendamente bien.

A esa hora la estación estaba abarrotada pero me puse lista y avancé entre la gente hasta llegar lo más cerca posible de la vía. Con permiso, con permiso. Cuando llegó el tren conseguí entrar rápidamente aunque detrás de mí también entró una multitud y quedamos todos apretujados. Había gente a mi alrededor presionándose contra mí. Como pude logré sujetarme de un poste y esperé el tirón del arranque de la máquina.

Apenas se cerraron las puertas y empezó a moverse el tren sentí una mano tocando mi muslo derecho. Al principio pensé que había sido un movimiento involuntario, pero después percibí que la mano me acariciaba lentamente la piel y levantaba el borde de mi vestido al tiempo que restregaba tímidamente su cuerpo pesado contra mi trasero. El vagón iba demasiado lleno como para moverme de ahí, pero conseguí hacer espacio para colocar la bolsa, que llevaba colgada en el hombro, a la altura de mis nalgas, entre su cuerpo y el mío.

Cuando llegué al DF estas situaciones me daban terror pero con el tiempo aprendí a protegerme y lidiar con esta clase de cerdos. Si te das por enterada o se sienten amenazados se excitan, si no los pelas se hacen chaquetas mentales pero no se arriesgan a más. En algún momento pensé que había sido un error ponerme ese vestido, pero luego me convencí que el problema no era mío, sino de este imbécil. Así y todo aguanté sus empujones y caricias involuntarias en las nalgas, a través de la bolsa que me servía de escudo, hasta la siguiente estación donde bajó un poco de gente y pude acomodarme cerca de la puerta, lejos de él. Nunca le vi la cara, ni me importó. ¿Para qué?

Cuando llegué al trabajo ya me había olvidado del baboso del metro. Fui directamente a la cocineta, encendí la cafetera y mientras se calentaba el agua aproveché para guardar mis tuppers del desayuno en el refri. Abrí mi bolsa y sólo estaba el tupper del cereal, el de la fruta desapareció. ¡El del metro me agarró la papaya! ¡Maldito! Era una papaya pequeña, pero era perfecta. La había comprado días antes y la dejé envuelta en papel periódico como me enseñó mamá. La noche anterior la revisé y vi que ya estaba madura. Le quité la piel, la corté en cuadritos y la escondí para que Floramia no se la comiera. Se veía rojita, jugosa y dulce a más no poder. ¡Era mi papaya! Todavía la recuerdo y me regresa el mal humor.

viernes, 8 de mayo de 2015

Hoy conocí a alguien

Hoy conocí a alguien. Su nombre es Mayra y vive aquí, en el puerto. Hablamos de todo. De ella y de mí. De las cosas que hacemos y de las cosas que nos gustan. De amor y desamor. De Donatello y Gigi, su chihuahua y su yorkie. De mi enfermedad, de mi adicción y de mil cosas más. De verdad fue una plática linda y muy entretenida para ser la primera vez que nos encontrábamos. Tal vez les ha pasado eso de conocer a alguien y sentir que le conoces de toda la vida. Algo así me pasó esta vez.

En el transcurso de la plática me atreví a enseñarle algunas de las cosas que he escrito en este blog y a cambio ella me dejó leer algunas de las cosas que escribe en su libreta, a mano. Dicen que mostrarle a una persona lo que has escrito es más íntimo que desnudarse frente a ella. Lo creo. Al final, ya muy tarde en la noche, me envió este hermoso mensaje:


De verdad me llenó de emoción, porque yo me sentía así, pero no podría haberlo expresado mejor que ella.

Muchas gracias por esto, Mayra S. Acevedo!

viernes, 27 de febrero de 2015

Mal día, buen día

Por la mañana iba a salir con mi mamá al banco para retirar dinero del cajero automático pero el auto no arrancó. Como no teníamos ni para el bus le dije a mi mamá que me esperara en casa y que yo iría caminando hasta la plaza. Imagino que la mayoría de las mujeres como yo ha recibido su buena dosis de pitazos, silbidos y piropos -lindos o asquerosos- cuando caminan por la calle. Esa actitud de los hombres me molesta mucho y a veces me da terror paralizante al punto de evitar salir a cualquier parte, pero esta vez me armé con audífonos y música a todo volumen en el iPod para no escucharles ni enterarme.

Al salir de casa una de las bocinitas de los audífonos dejó de funcionar. No sé por qué. Simplemente se murió. Moví el cable de un lado a otro pero no parecía haber modo de que volviera a la vida aunque pusiera el volumen a tope apenas se podía escuchar algo, así que ahora llevaba la música en un solo oído. Exasperada por eso, y los pitazos y silbidos que estaba recibiendo, me puse en un estado de ánimo semi-gruñón.

Total, caminé como media hora hasta la plaza donde está el banco. La fila en el cajero automático iba lenta porque ah como el cuesta trabajo a la gente usar un simple aparato electrónico. Además, me di cuenta que algunas personas insertan su tarjeta, checan saldo, retiran dinero, sacan la tarjeta, la vuelven a meter y checan saldo de nuevo. O sea... ¿Para qué? ¿No saben restar o qué demonios les pasa?

Total, que cuando por fin llegó mi turno, entré a la cabina y la pantalla del cajero decía "Fuera de servicio temporalmente". Entré al banco y le dije al poli lo que pasaba. Me mandó con un ejecutivo. Esperé como veinte minutos a que se desocupara el fulano y le platiqué lo del cajero. Llamó a alguien por teléfono y me dijo que el técnico lo checaría. Regresé a la cabina y había otros clientes ahí entrando y saliendo cuando veían el anuncio en la pantalla. Me quedé esperando un buen rato. Escuché ruidos detrás del cajero y algo le movieron porque el cajero se reinició. El técnico dijo "Ya quedó" y se fue.
 
Cuando terminó de reiniciarse el sistema apareció de nuevo el mensaje de error. Salí corriendo a avisarle al técnico pero ya no estaba. Fui otra vez con el ejecutivo a quejarme. Debe ser el sistema dijo, pero no se preocupe, pase a la fila Premier y en ventanilla puede retirar. Me formé en la fila, pasé rápido eso sí, porque sólo había dos personas delante de mí. Le entregué la tarjeta a la cajera y le dije que quería retirar cuatro mil pesos. Me pidió mi identificación y se la entregué. "Su identificación no coincide con la del titular de la cuenta". Pues claro que no, la cuenta es de mi mamá, yo solo vine a retirar dinero pero el cajero automático no sirve. Lo siento, la única persona que puede retirar dinero de esta cuenta es el titular. Intenté explicarle todo el asunto pero se negó. Bueno, le dije, devuélvame la tarjeta, voy al cajero de Av. Colón. Llamó al gerente, hablaron no sé qué cosas en voz baja y decidieron retener la tarjeta. "Tiene que venir su mamá a recogerla". Les dije hasta de qué se iban a morir y salí del banco furiosa.

Hacia la mitad del camino de regreso a casa resucitó la bocinita de los audífonos. Estaba una canción de Sia que me gusta mucho y el sonido en los dos oídos me pareció casi orgásmico. Estaba pensando que este sería uno de esos días horribles, pero esto me puso instantáneamente feliz.
 
Tal vez fue el vértigo de la calidad del sonido, o la alegría momentánea al pensar que de aquí en adelante el día sería mejor, que después de haber mirado con cara de asesina serial a un tipo que pasó en su auto junto a mí, muy despacio, decidí que al próximo lo dejaría comerme con la mirada. Así que empecé a tararear la canción que escuchaba en ese momento y a bailar un poco mientras caminaba, moviendo las caderas más de lo necesario.

Le sonreía a los que se acercaban, les guiñaba el ojo a los que me saludaban desde sus autos, a algunos -hombres o mujeres- que me miraban tímidamente les mandé besos al aire. Fue una experiencia liberadora, para ser honesta. Estuvo bien, pero no quiero que se me haga hábito, porque llegó un momento en que me sentía frustrada si no me volteaban a ver.

Regresé a casa sin dinero ni tarjeta, pero con una sonrisa de oreja a oreja que mi mamá no entendió ni yo supe explicar.

martes, 6 de enero de 2015

Escribir

Tenía la costumbre de contar largas historias cuando era niña. De hecho, es por eso que empecé a escribir: Mi padre estaba harto de escucharme hablar por horas sobre cualquier acontecimiento que había ocurrido en la escuela, y sugirió que debería escribir mis relatos en papel.
Al principio, el acto de escribir todos los detalles me pareció demasiado trabajo, así que intenté dibujar a mano mis historias en forma de comics. Por desgracia, pronto descubrí que tenía la capacidad artística de un pepino epiléptico. Finalmente, fue más fácil omitir los dibujos del todo, y acabé escribiendo descripciones detalladas de cabo a rabo.
Mi abuela dice que yo salí del vientre con una historia que contar, y que no me he callado desde entonces. Mi mamá piensa que probablemente me quedaré sin algo que contar algún día.
Tengo veintiseis años ahora, y todavía me queda mucho por contar.