miércoles, 31 de julio de 2013

Vecinos

Anoche vi a los vecinos coger. No es la primera vez que los veo, de hecho es algo así como una rutina de dos veces por semana que inició recién me mudé a este edificio. Las primeras veces era muy excitante, ahora me quedo en la ventana porque me siento comprometida con ellos. Es una relación complicada, que inició con mucha intensidad, pero perdí el interés rápidamente. Jugamos a que ellos no saben que estoy en mi balcón y yo pretendo que no les veo. Al principio me la pasaba pendiente todo el tiempo de ellos, ahora los papeles han cambiado y son ellos quienes me esperan para iniciar sus caricias amorosas. Me asomo a la ventana y están viendo la TV tranquilamente pero en cuanto sienten mi presencia es como ponerle play a una película porno. Eso parece gustarles mucho y no quiero que se sientan rechazados. Me imagino el diálogo: "Ahí está la vecina. ¿En serio? ¿Nos está viendo? Sí, amor, nos está viendo. Que rico. Oh, espera… cerró su ventana. Se fue. Ya lo ves, te dije que te pusieras a dieta. ¿Yo? Pero si el gordo eres tú. ¿Sabes? Esta relación no funciona más, quiero el divorcio." En fin, que no me gustaría ser la causa de su separación, les he tomado cariño y quiero que sean felices. Además, pronto será nuestro segundo aniversario.

martes, 30 de julio de 2013

Mil lágrimas después

Apenas lo acababa de conocer, era profesor de la universidad y me parecía un señor muy inteligente, guapo y simpático. La atracción de ambos era obvia y sonreíamos con cierto aire de complicidad mientras platicábamos sobre mi muy marcado acento de provincia y el tema de llegar a la capital para estudiar la universidad.
Le hablé de mis temores por encontrarme viviendo en una gran ciudad  y para impresionarlo le mostré el bote de gas pimienta que traía en mi bolso. Le dije que nunca lo había usado y que en caso de un ataque no tendría tiempo de sacarlo, pero mi madre lo había comprado y me había hecho prometerle que siempre lo traería conmigo.
Al poco tiempo empecé a sentir un poco de ardor en los ojos y las lágrimas empezaron a escurrir. ¿Te sientes bien? -preguntó. Fue inevitable, en menos de 30 segundos tenía los ojos inflamados como sapo y rojos como en película de terror.
-¿Te tocaste los ojos después de tocar el gas pimienta?
Tuvo que guiarme hasta el baño de la facultad para lavarme los ojos. Alguien llamó a enfermería y al poco rato llegó un médico con una enfermera a auxiliarme.
Me aplicaron agua y algún otro producto que olía a jabón con un paño de algodón limpio para retirar el químico de la piel, me dijeron que no me frotara los ojos, que permitiera el lagrimeo y finalmente me pusieron gasas impregnadas de agua en los párpados.
No veía nada y por un momento pensé que me quedaría ciega, pero el médico me dijo que pronto estaría bien y eso me tranquilizó. Escuchaba a la gente murmurar cerca de mí y no pasó mucho tiempo antes de que todos en la universidad supieran que yo misma me había echado gas pimienta en los ojos.
Él no se apartó un solo momento de mi lado. Me llevó a mi departamento y se ofreció a cuidarme hasta que me sintiera mejor. Por la noche, después de hacer el amor, me dijo en broma que en lugar de preocuparme por la delincuencia de la ciudad debería aprender a cuidarme de mí misma.
Ese día iniciamos una relación sin presiones ni compromisos. No nos íbamos a enamorar, sólo nos íbamos a divertir. Así nos lo prometimos. En realidad no supimos entender la señal que nos mandó el destino. Lo que empezó con dolor y lágrimas derramadas no podía terminar bien.

lunes, 29 de julio de 2013

Coleccionista de calzones

Miguel es único por miles de pequeñas cosas... su personalidad, por supuesto, pero también porque es coleccionista de calzones.
Miguel colecciona calzones de las mujeres con las que se ha acostado desde que era un adolescente. Su primer calzón se lo regaló una vecina con un "para que no me olvides". Él no lo pidió. Ni siquiera se le había ocurrido conservarlo, pero ese calzón fue para él un inesperado trofeo que presumió a todos sus amigos del colegio.
Cuando ya todos conocían el trofeo tuvo la necesidad de conseguir un premio más y a la siguiente amante le pidió el calzón para no olvidarla. Con el tiempo logró una impresionante colección de prendas íntimas de diversas formas y colores que hoy presume con fingida modestia a conocidos y extraños.
Cada calzón está metido en una bolsa de nylon transparente clasificado con una etiqueta que contiene las iniciales de la dueña y la fecha en que llegó a su colección. Las bolsas están organizadas por orden cronológico dentro de unas cajas de archivo muerto que por fuera indican el periodo que contienen.
Pero quizá no sea tan importante la colección completa como la historia que tiene cada uno de esos calzones. Miguel es capaz de narrarte cada detalle de la dueña del calzón y de cómo fue que consiguió quedarse con él.
Por lo general Miguel tiene la estrategia de quitarle los calzones a la amante en turno para poder esconderlo rápidamente, pero si no lo consigue pasa todo el tiempo pendiente de donde ha quedado el calzón para esconderlo en la primera oportunidad que se le presente.
A veces ha esperado a que su acompañante se quede dormida para buscar su preciado tesoro y esconderlo donde nadie lo encontraría. Al día siguiente es capaz de voltear la casa completa para "ayudar" a buscar el calzón perdido hasta que la dueña se da por vencida con un "si lo encuentras me lo guardas, por favor."
Algunas mujeres que conocen su fama de coleccionista empezaron a usar modelos más elegantes y costosos por si algún día se pasan de copas y terminan en la cama de Miguel y algunas más descaradas le han dicho "Guárdalo... para tu colección".
Las historias íntimas de cómo consiguió cada calzón te las puede contar Miguel. Algunas son para morir de risa, otras son un poco subidas de tono, pero él siempre consigue narrarlas sin una sola vulgaridad, como si estuviera en una iglesia.

domingo, 28 de julio de 2013

Disciplina militar

Mi madre con carácter duro y disciplina férrea educó dos caballeros y una dama. O al menos lo intentó. Mis hermanos son hoy su más grande orgullo. Hombres que conservan en todo momento el temperamento tibio, el lenguaje apropiado y que no sabes cómo lo consiguen, pero siempre están impecablemente vestidos y con el cabello engomado.
Añorando tiempos pasados y deseando haber vivido en otra época, nos obligaba a decir por favor, y gracias, aún en las discusiones más acaloradas. “Lo siento, pero voy a tener que pedirte que por favor dejes de hacer ese molesto ruido”. También, si habíamos cometido alguna falta había que disculparse y demostrar arrepentimiento.
Por otra parte, cuando íbamos a una fiesta o reunión familiar siempre nos presentaba resaltando los atributos específicos de cada uno de sus hijos “Él es Roberto, tiene 14 años y obtuvo 9 de promedio en el colegio. Ella es...”. Esto lo sigue haciendo, sólo que ahora es “Él es Roberto, está casado, tiene 2 hijos y es administrador de...”.
Nos enseñó que teníamos que saludar a todos los que estuvieran presentes en el salón. Uno por uno. Mis hermanos, por ser varones, saludaban sin dejar de ver a los ojos a la otra persona, y yo saludaba extendiendo la mano y bajando la mirada. Si me querían saludar con un beso en la mejilla, tenía que hacer la maniobra para que el beso reventara en el aire y no consiguieran tocarme.
Por supuesto nunca hice drama por los pellizcos en el trasero, los abrazos pasados de tono o las insinuaciones y propuestas de los viejos rabo verde que conocí en aquella época. Lo propio de una señorita decente es mantenerse alejada de esas personas sin hacer escándalo, porque al final la gente terminaría diciendo que tú los provocaste.
Por otra parte, disfrutaba mucho cuando mis hermanos tenían que dejarle el asiento a una señora en el bus y veían a mamá esperando una señal de aprobación por haberse portado como todos unos caballeros.
Abrir la puerta del auto a las mujeres, levantarse de la mesa si una dama se levantaba, no poner los codos en la mesa, no maldecir, no eructar, no levantar la voz, ser puntuales, ser generosos en halagos, nunca criticar o emitir juicios sobre otras personas en público, tocar la puerta antes de entrar, nunca visitar a alguien sin haberlo anunciado antes, callar cuando alguien más está hablando y poner atención a lo que dice. Es lo menos que se espera de una persona educada, según mamá.
En aquellos tiempos pensaba que vivíamos con más disciplina que en un campamento militar y muchas veces incitaba a mis hermanos para rebelarnos de la tirana. Nunca lo conseguí. Ellos la seguían como a un Dios y me veían como un animalito al que hay que proteger y domesticar.
Recuerdo que un día recurrí a papá para quejarme de lo que yo consideraba abuso infantil, él me sonrió y me dijo que no me preocupara, que cuando fuera mayor podría hacer lo que quisiera y yo le contesté "Cuando sea libre te llevaré conmigo, papito.". No paró de reír en días.
Ahora, con el paso del tiempo y entendiendo un poco más la naturaleza humana, estoy segura que todos los niños y niñas deberían tener una madre cariñosa en casa y recibir un par de horas al día de la disciplina de mi madre.

sábado, 27 de julio de 2013

Cumpleaños

He recibido muchas llamadas y mensajes felicitándome. Soy feliz, muy feliz por tener tantos amigos y gente que me quiere. No, no soy mamá. Me felicitan porque hoy es mi cumpleaños. Sí, sí. Nací el día de las madres.
Mamá me ha contado que todavía faltaban unas semanas para la fecha programada de mi nacimiento, pero aquél día de las madres empezaron las contracciones a eso de las 6 de la mañana y no se detuvieron hasta las 10 de la noche en que nací. O sea que nací el 10 a las 10. No creo que tenga nada de especial, pero me gusta decirlo.
La anécdota de ese día es la de mi abuela paterna que se había quedado encargada de hacer compañía a mamá mientras que papá había ido a conseguir un préstamo para pagar la cuenta del hospital.
Mientras mi madre se revolcaba de dolor en la cama por las contracciones, mi abuela encendió el televisor, buscó el canal de la telenovela, sacó un emparedado de pierna de cerdo y destapó una gaseosa. Mi madre la miró incrédula y le dijo "¡Suegra, no me torture así!" y mi abuela le contestó "¿Y yo qué culpa tengo de que no puedas comer?" se paró, le subió el volumen al televisor porque los quejidos de mi madre no la dejaban escuchar los diálogos del drama, regresó a su asiento, le dio un gran bocado al emparedado y se desentendió totalmente de mi madre.
Recordar esta historia cada 10 de mayo es como una tradición en mi familia. Para papá y para mí es muy cómica, pero mamá asegura que fue el peor día de su vida. Recién hablé con ella y empezó con la cantaleta de "A estas horas tu abuela...". Y yo aproveché y le dije que debería hacer lo mismo a sus nueras. Ya ve mamita, que gracias a eso nos acordamos de la abue aunque sea una vez al año.
Nací con poco peso, flaca como una lagartija y pálida como un cirio, pero con una abundante mata de cabello negro. Era la primera niña y después de dos varones mi padre estaba fascinado conmigo. Mi madre muerta de cansancio intentaba dormir, pero no podía por la angustia que habían provocado las palabras del médico. "Esta niña no llora, eso no es normal."
Cuando se comprobó que no tenía ninguna enfermedad fatal mis padres recobraron la tranquilidad y empezaron a hacerle mala fama al pediatra. Con el tiempo mamá rectificó y dijo que el doctor no se equivocó. Valeria nunca ha sido una persona normal.

viernes, 26 de julio de 2013

Madre Eudith

Internado para señoritas del Sagrado Corazón de Jesús. Otoño 2002

La conocí el primer día en el internado. La quise como madre, hermana, amiga y mujer. Fue mi primer beso con amor, mi primera caricia tierna, mi primer estremecimiento. Con ella no tenía miedo. Con ella todo estaba bien. Quería vivir con ella, despertar con ella, comer con ella, reír y llorar con ella.
Una vez me dijo en secreto que llevaba un tiempo esperando algo que no sabía bien a bien que era, pero que en cuanto me vio supo que era a mí a quien esperaba. Jamás imaginé conocer a alguien como ella.
Cuando llegué al internado le encargaron mostrarme el lugar y darme las indicaciones necesarias. Me asignaron a la lavandería y sin pensarlo mucho se ofreció a enseñarme lo que tenía que hacer. Era la maestra de español y sus clases eran las más esperadas todos los días.
Tenía la cara redonda llena de pecas que contrastaban con su piel tan blanca y el cabello  negro que usaba con corte de niño. Sus ojos eran color aceituna, iluminados, redondos y grandes, en cambio su nariz y sus labios eran muy pequeñitos. Era delgada y muy bajita para alguien de su edad. Ella tenía 27 años. Yo 14.
Yo usaba el uniforme obligatorio del internado: Falda blanca hasta los tobillos, blusa de manga larga, chaleco azul y zapatos negros con calcetas hasta las rodillas. Ella usaba una túnica azul sujeta por un ceñidor, zapatos negros sin tacón, toca blanca sobre la frente y manto negro desde la cabeza a los pies.
Se fue un día sin despedirse y me dejó sola para siempre. Mi psicólogo dice que confundí la necesidad de sustituir a mi madre con el amor de pareja, pero yo creo que está equivocado. Fue mi primer amor.

jueves, 25 de julio de 2013

Come ácido


¡El primer seguidor!

El blog tiene su primer seguidor... ¡Soy la más feliz!


Esta mañana

Desperté a las 6 de la madrugada, hice pipí y me lavé la cara desdibujando los sueños que persistían en mi mente. Me puse ropa deportiva, le di play al Ipod, calenté y estiré mi cuerpo como todos los días. Después salí a correr treinta minutos que son justo tres vueltas al hermoso parque que está cerca del apartamento y que me dejan casi enfrente del gimnasio. Hacer ejercicio es lo que más me gusta, si exceptuamos el sexo.
Normalmente los viernes no llega mucha gente al gimnasio, pero yo no puedo fallar. Si falto por flojera o algún compromiso me remuerde la conciencia todo el día al punto de ponerme de mal humor. Me vuelvo insoportable y castigo al mundo por haberme negado la oportunidad de descargar mi energía. Mis amigos dicen que soy como una ardillita que siempre tiene que estar haciendo algo.
En el lugar estaban los de siempre, los que sabes que a esa hora estarán ahí y que como yo, nunca faltan. En cambio los lunes es normal encontrar una o dos caras nuevas y es fácil reconocer a los que no aguantarán más de un par de semanas. Mientras estaba en la bicicleta estacionaria pude ver a la joven que tiene trasero plano y es obvio que alguien le dijo que la escaladora le ayudaría a hacer nalgas porque es el único aparato que usa. También estaban las señoras que se suben a la caminadora eléctrica, una junto a la otra y que hablan como cotorras todo el tiempo y siempre de lo mismo.
En la banda vibratoria estaba una señora de edad incierta, porque aunque su cabello es totalmente canoso, tiene un cuerpo muy bien formado, como de jovencita, y no sabes si hablarle de tú o de usted, además usa leotardos y se ve más joven. Pienso que si se pintara el cabello luciría espectacular.
Escuchaba Take her from you cuando empecé a hacer abdominales. Hoy en especial me estaba costando mucho trabajo y me motivaba con el clásico “Una más, una más…” hasta llegar a 50, cuando entró en mi campo de visión un señor moreno, alto y de buen cuerpo. Tomó un tubo con pesas y le puso más aros. Me sonrío y dijo algo, pero no lo escuché porque tenía la música con el volumen muy alto y como llevaba buen ritmo con el ejercicio no quise parar.
Levantó con mucho esfuerzo el tubo con pesas y siguió hablándome. Lo ignoré. Levantó un par de veces más la pesa y hacía cara de sufrimiento. Era divertido verle. A la quinta levantada desistió. Dejó la pesa en su lugar y se fue a otro aparato. Supuse que lo que quería decirme era una tontería, porque si se hubiera estado incendiando el edificio habría salido corriendo en lugar de intentar ligarme. Quizá solo quería que yo viera lo que era capaz de levantar, pero hace un tiempo aprendí que no se debe ligar en los lugares que amas, porque si las cosas salen mal quizá no puedas regresar.
Alguna vez tuve algo que ver con el dueño de un gimnasio. No aquí en el DF, sino allá en provincia. Jugaba con fuego, porque lo hacíamos en su oficina, pero sobre todo porque su esposa también trabajaba ahí. Era la instructora de aerobics. Historia larga hecha corta, la mujer se enteró. Intenté hacerme la civilizada y regresé al día siguiente como si nada, pero sus gritos me hicieron comprender que nunca más sería bienvenida en ese lugar. Las malas decisiones hacen buenas historias, pero esa historia no tiene mucho más que contar.
Después de las abdominales seguí con el twist, esa ruedita giratoria a la que te subes con los pies muy juntos y rotas de un lado a otro para trabajar la cintura. Mientras estaba ahí me vi al espejo y empecé a meditar sobre estas cosas que escribo, en lo que pensarías si estuvieras conmigo en ese lugar. ¿Cómo me verías? ¿Qué cosas me dirías? ¿Debería seguir escribiendo estas cosas sobre mi vida? ¿Llegarías y me dirías ”Hagamos realidad las fantasías sexuales que contaste aquella vez.” o ”Cuéntame otra vez lo de aquella chica con la que te acostaste.” o ”Mira, te traigo información de un grupo de apoyo para drogadictos”.? ¿Me señalarías con el dedo como a una loca que merece estar encerrada? ¿Querrías ser mi amigo? No lo sé. Algunos de esos pensamientos me parecían divertidos, otros me preocupaban.
En cualquier caso, debes saber que lo que soy aquí no es necesariamente igual a lo que proyecto en persona. Aquí soy mi versión sin censura. Y en mi vida real no puedo ser así, es decir, no se puede andar por la vida contando a detalle tu vida y tus pensamientos. Las historias que he contado aquí son reales, aunque he cambiado algunos nombres para no perjudicar a nadie. Lo que he publicado sobre el sexo, incluyendo las frases breves, son cosas mías y las justifico como parte de los disturbios hormonales de mi cuerpo. No oculto lo que soy y lo que pienso, ni me avergüenzo de lo que he escrito aquí, porque sería como avergonzarme de mí, pero tampoco quisiera que lo leyeran mis hermanos. ¿Estamos de acuerdo?
Después de diez minutos en el twist decidí darle una oportunidad a la banda vibratoria que había desocupado la mujer canosa. El instructor dijo que era bueno para la circulación y últimamente he tenido comezón en las piernas. Me había resistido, porque eso de que todo mundo vea como una banda te hace brincar las nalgas a las 7 de la mañana no es algo muy motivador, además la cabeza se te mueve para todos lados, como muñeca de taxi, y no quería que todos se divirtieran a costa mía.
Cuando la banda llegó al nivel de mi abdomen la puse en un nivel muy bajo, para que no me brincaran mucho las nalgas y ¡Oh, sorpresa! Empecé a sentir muy rico. Sabía que si la dejaba ahí un par de minutos más conseguiría un rico orgasmo, le bajé el volumen a la música para poder concentrarme en lo que estaba pasando ahí abajo. Pensé en bajar un poco la banda para que la vibración se reflejara en la parte que me interesaba pero temí que alguien se diera cuenta. El orgasmo no tardó en llegar. No fue muy intenso. Fue suave y lento. Creo que ese aparato se puede convertir pronto en mi favorito.

miércoles, 24 de julio de 2013

Magenta Girl

 

Magenta Girl es una obra de Lora Zombie

Maestros geniales

Lo primero que hizo el maestro fue preguntarle a un alumno de primera fila su nombre.
-Me llamo Luis, maestro.
Lo segundo que hizo fue gritarle a Luis que saliera del salón inmediatamente. El alumno lo miró con incredulidad y quiso protestar pero el maestro no le dio oportunidad.
-Cierras la puerta al salir. ¡No te quiero ver aquí! -Le gritó con autoridad.
Temblando de nervios, coraje o qué se yo tomó sus cosas y salió sin decir una palabra sin olvidarse de cerrar la puerta.
Todos nos quedamos asombrados y en completo silencio. Mientras el maestro sacaba un libro de su portafolio yo lo miraba y pensaba que era un completo idiota y que seguramente nos haría la vida imposible todo el semestre. ¡Qué tipo tan más insoportable!
Finalmente tomó asiento y preguntó qué materia nos iba a dar.
Que ridículo. ¡Ni siquiera sabía a qué venía!
Gritamos al unísono. ¡INTRODUCCIÓN AL DERECHO!
-Muy bien. ¿Alguien tiene idea de qué se va a tratar en esta clase?
Algunos, los que querían impresionar al maestro levantaron la mano. El maestro señaló a uno de ellos quien de inmediato dijo que se trataría del estudio de las leyes.
-Muy bien. ¿Alguien sabe para qué sirven las leyes?
Varias respuestas tuvo esa pregunta. Para tener una sociedad organizada. No. Para que todos estemos obligados a cumplirlas. No. Para saber quiénes son los criminales. No... Y así, uno por uno... hasta que alguien dijo la palabra mágica que el maestro buscaba... Para que haya justicia.
-¡Ajá! Justicia. ¿Qué es la justicia?
La justicia es no permitir que se violen los derechos de los demás. -Bien, qué más... La justicia sirve para regular las conductas de las personas. -Bien, qué más... La justicia es buscar que cada persona obtenga lo que se merece.
-Bien, muchachos. Bien. Ahora díganme... ¿Ustedes creen que hice bien en sacar a su compañero del salón?
Silencio. Miradas unos a otros.
-¿Hice bien sí o no?
-¡Noooo!
-¿Cometí una injusticia?
-¡Sí!
-¿Y por qué nadie dijo nada? ¿De qué sirven las leyes, las normas y los reglamentos si no tenemos el valor de aplicarlas? Todos estamos obligados a levantar la voz cuando vemos una injusticia. Ustedes y yo. ¡Nunca se queden callados! Que alguien vaya a buscar a Luis.
Silencio. Todos nos mirábamos con sonrisas idiotas. Alguien salió a buscar a Luis.
Esa mañana me enamoré de mi maestro de Introducción al Derecho.

martes, 23 de julio de 2013

La segunda cita

Nos encontramos en el Cine Lido del Centro Cultural Bella Época para la última función de “Cinco días sin Nora”. Ella vestía jeans oscuros y blusa blanca arremangada que le sentaba genial a su cuerpo esbelto. Además, usaba el cabello cobrizo, peinado en zigzag rematado con un chongo chino. Si no la conocías habrías jurado que era peliroja, porque su piel y sus pequitas combinaban perfectamente con el tono de su cabello. Yo llevaba puestos unos jeans azules desgastados, una blusa negra sin mangas y sólo un poco de brillo en los labios. A las morenas no siempre nos sienta bien el maquillaje.
Cuando me saludó sentí el olor de su perfume y quise preguntarle si lo usaba porque alguna vez dije que me gustaba el Emporio Armani, pero no me atreví. El ambiente todavía era raro entre nosotras. Después de los besos en el zócalo iniciamos un inocente juego de amigas que pretenden ser pareja delante los demás, pero ahora el juego empezaba a sentirse real y me daba muchos nervios.
Ella se comportó súper educada. Se encargó de los boletos del cine, me abrió la puerta de la sala y me llevó hasta el asiento antes de ir a comprar palomitas. Jugaba a que me cortejaba y le salía bien. Durante la función se me ocurrió preguntarle si debía decir que era toda una caballera o toda una dama y casi nos morimos de risa histérica cuando alguien nos hizo callar con el clásico ”Shhhh”.
Estaba intentando conseguir el valor para tomar su mano pero fue ella quien tomó la iniciativa. Puso su mano en mi regazo y aproveché para entrelazarla entre las mías. Cada caricia de su dedo pulgar era un mensaje que decía te quiero. No hubo tocamientos indebidos como en la primera cita, pero esta vez hizo algo más importante que meter sus dedos en mi vagina. En la oscuridad del cine susurró en mi oído un me gustas que recorrió cada molécula de mi ser. 'Me gustas' en una pareja es más importante que un te quiero, porque puedes querer a tus amigos o a tus hermanos, pero cuando le dices a alguien que te gusta es porque quieres todo con ella. ¿Cierto?
Cuando terminó la película no queríamos irnos de ahí. En silencio ella acariciaba mi pierna y yo su mano. Nos levantamos hasta que terminaron los créditos y encendieron todas las luces.
Luego fuimos a cenar sushi. En el restaurante hablamos sobre cuánto nos había gustado la película y aprovechamos para criticar al gobierno y a Televisa porque ya casi no se hace buen cine en México. En una mesa cercana estaba una pareja joven que también había visto la función con nosotras, parecían extranjeros y T., con su actitud tan extrovertida les preguntó de dónde eran y qué les había parecido el filme. Resultó que eran chilenos y dijeron que les encantaba el cine mexicano y en general todo lo que tuviera que ver con México. Quizá lo dijeron solo por amabilidad, pero me hicieron sentir muy orgullosa, como si yo hubiera tenido algo que ver con que la película fuera buena. Nos preguntaron si éramos hermanas y ella les dijo que no, que yo era su novia.
Después de cenar fuimos caminando hasta su apartamento y sacamos el perro a pasear. Nos sentamos en una banca a hablar de esto y de aquello, intentando conocernos un poco más. Los nervios habían desaparecido por completo y me sentía muy cómoda ahí con ella.
Decidimos regresar porque ya era tarde y no quedaba mucha gente en la calle. En el camino me tomó de la mano y en una esquina, mientras esperábamos que pasara el último coche para poder cruzar, se acercó mucho a mí y me dio un beso muy suave en los labios sin importarle que nos vieran. El corazón me latía a mil por hora. -Así se siente salir de clóset. –Pensé.

Despertar

Esta mañana llega T. Me besa y dice "Respira... respira... ¡Respira!" Abro los ojos. Estoy sola. Es de día. Tomo una gran bocanada de aire ¡Me estaba asfixiando!

El Diario


lunes, 22 de julio de 2013

Esperanza y libertad

Este video lo hice después de escribir "Yo, sin etiquetas" y lo titulé Esperanza y libertad porque eso significó para mí haber conocido a Ana, LaReinaCarapan. La música la edité con Garage Band y el video con iMovie. La canción original es Lazuli, del álbum 'Beach House'.



domingo, 21 de julio de 2013

Encuentro inesperado

Pasé toda la noche trabajando en la investigación para el departamento de Filosofía y Letras. No me dio sueño. El tema es apasionante y el insomnio es crónico. Encargué por teléfono un croissant de jamón y queso y un café americano al el pequeño restaurante que queda a media cuadra del apartamento. Esperé unos 20 minutos para darles tiempo a que me lo prepararan y no tener que esperar cuando lo fuera a buscar. Me puse una camiseta vieja que le robé a mi papá, unos pantalones cortos que normalmente uso para hacer ejercicio, me amarré el cabello con una liga, me lavé la cara para tratar de borrar el cansancio de la noche, tomé un billete de 100, las llaves del apartamento y salí a buscar mi desayuno.
Cuando entré al local ya tenían listo el paquete. La señora me recibió con una sonrisa, le pagué mientras me servía el café caliente y me despedí tan pronto como pude. Así estaba planeado. Entrar, recoger el paquete, pagar y salir de ahí.
Cuando giré para emprender la graciosa huida me topé de frente con el vecino guapo del edificio de enfrente. Nunca nos hemos hablado, pero siempre nos miramos coquetamente. Esta vez no había remedio. Lo tenía frente a mí.
-¡Hola, buenos días! -me dijo con una gran sonrisa. Bajé la cara y le contesté el saludo con una sonrisa tímida y con toda la consciencia de que andaba totalmente mal vestida para la ocasión, desvelada y sin una gota de maquillaje.
-¿Qué tienes ahí? -Me preguntó señalando mi hombro.
-Uhh... ¿Ahí dónde? -Dije volteando la mirada hacia donde él señalaba al tiempo que con mi mano tocaba mi hombro.
-Parece que te ha cagado un pájaro. -Dijo muerto de risa.
No dije nada más... salí corriendo del lugar.
¡Maldita paloma, hija de puta!

sábado, 20 de julio de 2013

Purgatorio

Abres los ojos y no reconoces el lugar. Te das cuenta que has muerto. Todo está muy oscuro, sólo ves sombras y tinieblas. ¿Qué es esto? ¿El cielo? ¿El infierno? Sientes ansiedad. ¿Cómo llegué aquí? Los recuerdos llegan por millón. Moriste violentamente. Ahora lo sabes. Fue esa persona que te hizo tanto daño durante tanto tiempo. Ahora lo sabes. Sientes pasos. Escuchas una voz. Abres grandes los ojos. ¿Quién anda ahí? No puede ser. Puedes sentirlo. Es esa persona. La misma persona. ¿Qué hace aquí si ya me mató? Te levantas y corres con los brazos extendidos al frente por si te tropiezas con algún obstáculo. Te alejas de donde proviene el sonido. Cuando no te queda más aliento te detienes. Escuchas una voz angustiada, su voz. Perdóname. Está cerca de ti. ¿Qué es esto? ¿Quiere que le perdone? ¡Es una trampa! Me quiere matar otra vez. Corres hasta que no puedes más. ¿Estoy en el infierno? ¿Pasaré la eternidad con este miedo? Te convences a ti mismo que siempre fuiste buena persona. No la mejor persona, pero tampoco la peor. Te aprovechaste algunas veces de una que otra situación, pero quién no lo hace ¿Cierto? Piensas que son más las cosas buenas que hiciste que las malas. No debería tocarte este castigo. No deberías estar viviendo este infierno. Quizá no. Quizá no es el infierno. Quizá es el purgatorio. Quizá tienes que hacer algo para acceder a Dios. ¿Qué? ¿Qué es lo que tienes que hacer?

viernes, 19 de julio de 2013

Carlos Salinas

Mientras él se pone el condón yo me subo al viejo diván Luis XV que alguna vez fue parte de la decoración del antro. Me pongo en cuatro con las piernas muy abiertas, la falda en la cintura y las nalgas al aire. Estoy alerta por si alguien entra a la bodega. Al otro lado el bar está a reventar y la música a todo volumen. La puerta retumba como si se fuera a abrir en cualquier momento. La adrenalina está a mil.

-A todo esto… ¿Cómo te llamas?
-Carlos ¿Tú?
-Val… bueno, Valeria. ¿Carlos qué?
-Salinas.
-¿Salinas? ¿Carlos Salinas? ¿Cómo el presidente?
-Sí. Pero nada que ver.

Esta noche hubiera aceptado cualquier depravación que me propusieran, pero ni en fantasías ácidas me preparé para coger con Salinas.

Se coloca en mi trasero y recibo la primera estocada de su soldado en mi vagina. Duele, pero duele rico. El expresidente Salinas sonríe satisfecho en mi cabeza. Considero salir corriendo de ahí pero sé que estoy exagerando. El que está conmigo es joven atractivo y no tiene nada que ver con el Carlos Salinas que nos jodió la vida a todos los mexicanos. Quiero concentrarme en el sexo y seguir adelante.

No estoy segura como es para los demás, pero cuando yo tengo sexo combino las sensaciones físicas del momento con imágenes en mi mente de situaciones eróticas que he vivido o fantaseado y que me llegan como un carrusel de diapositivas. Ninguna de esas imágenes se queda mucho tiempo, las voy eliminando hasta que encuentro una que hace clic con la sensación física y juntas me llevan al clímax.

No sé cuando empecé a utilizar esa técnica, pero me funciona bien, porque si el sexo es aburrido estaría pensando en la ropa que tengo que lavar o preocupada por el destino de Sansa Stark en Canción de Hielo y Fuego.

Intento sacar de mi mente al expresidente y concentrarme en las sensaciones del momento, pero no lo consigo. Mi mente empieza a divagar. No debí preguntar su nombre. Si se hubiera llamado Rafael Guillén otro gallo cantaría. Estaría cogiendo con un guerrillero zapatista. Pero ahora mi mente ya no procesa su hermoso rostro moreno ni su cuerpo esbelto. No. Ahora sólo pienso en la cabeza calva, el bigotito antiguo y la sonrisa perversa del ex presidente. Me penetra y en cada embestida puedo sentir sus ojos lujuriosos disfrutando la visión de su miembro en mi trasero.

Ese enano desgraciado, pedazo de mierda, ha invadido mis pensamientos sexuales. Lo imagino igual que en la foto oficial, con traje oscuro y banda presidencial en el pecho. El hombre gime y se mueve más de prisa. Está llegando al orgasmo. Siento repulsión y mareo. A mi mente llega la imagen del semen del expresidente dentro de mi vagina y siento en el cuerpo la oleada de un orgasmo intenso. Los músculos se contraen y las piernas tiemblan incontrolables. Por un momento pierdo el conocimiento. Demonios. Mi libido actúa de manera misteriosa.

jueves, 18 de julio de 2013

El 10

Entro al Amsterdam. Muero de hambre. Pido una chapata de pollo y un café. El chico que me atiende es una belleza. Un 10 total. Moreno con corte raso, cejas pobladas, piercings en la cara y dragones de colores tatuados en sus brazos musculosos. Bromeo un poco con él y le digo como si nada que estoy contenta porque terminé la universidad. Me felicita con una sonrisa coqueta que me llena de alegría. Quiero quedarme hablando con él pero hay gente en la fila esperando su turno. Viene a mi mesa a poner el servicio y hago un par de comentarios sobre lo hambrienta que estoy. Se ríe y dice que además de linda soy muy divertida. Pregunta si quiero hacer algo después de cenar. No sé qué contestarle. El corazón me late muy fuerte. ¿Qué hace un 10 ligándome? Me quedo en silencio. Sonrío nerviosa. Insiste. Me dice que en un par de horas sale del trabajo y me invita a festejar con él. Pienso “Madre de Dios” y le digo “Ok”. Pregunta dónde vivo y por precaución le digo que lo veo en el restaurante en dos horas. Ya no tengo hambre. Me tomo el café y salgo de prisa. Llego al apartamento y me meto a la ducha. Me doy un baño a conciencia y después me quiebro el coco pensando que ropa ponerme. No pregunté a donde iríamos así que no sé cuál es la combinación adecuada. Además debo decidir entre inocente, atrevida o puta. ¿Qué impresión le quiero causar al 10? ¿Chica fácil? ¿Difícil? ¿Desesperada? No. Me decido por inocente: Ropa interior de algodón, jeans ajustados, blusa de mangas cortas, maquillaje suave y peinado de cola de caballo. Regreso al restaurante y ya me está esperando. Caminamos varias cuadras hasta su apartamento. Se tiene que cambiar porque aún trae puesto el uniforme del Amsterdam. Cuando entramos le pregunto por la enorme cantidad de discos que ocupan casi toda la sala. Me dice que la música es su pasión y que él mismo ha compuesto algunas canciones. Me destapa una cerveza, le da play al aparato y me deja escuchando un rico jazz mientras se va a bañar. Quizá por toda la situación, o simplemente por el ambiente que genera la música, mi mente empieza a divagar e imagino que sale del baño desnudo, mojado y erecto a hacerme el amor suavemente. Estoy tan excitada que puedo oler mis propias feromonas. Una nota alta me saca del dulce sueño. Tengo la piel erizada y me siento un poco mareada. Creo que vomitaré un arcoiris. Cuando regresa le digo que su música me ha encantado. Pregunta si prefiero quedarme y pasar una noche tranqui en lugar de salir a algún antro. “Sí, sí. Mejor”. Pone otro disco y me pregunta si fumo. Le digo que no. Nunca me ha gustado el tabaco. Sonríe y abre una cajita metálica que está en la mesa. Adentro tiene varios canutos de mariguana. Enciende uno y me lo acerca. Abro los labios y lo pone en mi boca sin soltarlo. Jalo profundo. El olor es maravilloso. Mientras fumamos le cuento un poco de mí. Me cuenta un poco de él. Poco a poco me empiezo a sentir en confianza, como cuando hablas con alguien que conoces de toda la vida. Le cuento mis aventuras y una que otra tragedia. Él me cuenta de sus amores y desamores. Hacemos una competencia para ver cuál de los dos ha tenido la peor relación amorosa. Gané. Cuando me doy cuenta ya son pasadas las 3 de la mañana. Le digo que es tarde y me tengo que ir a casa. Me detiene cuando estoy a punto de salir y me pregunta si quiero pasar la noche en su apartamento. “¿Dónde voy a dormir?” le pregunto inocentemente. Se ríe y me dice que con él. Sin pensarlo mucho le digo “Ok” y tiro mi bolso al sofá. Me toma de la mano y me lleva a su recámara. Tenemos sexo por más de 40 minutos. El mejor sexo de mi vida. Me abraza y siento que se está quedando dormido. Yo no puedo dormir. Estoy más caliente que la entrepierna de Satanás. Lo monto y frotando mi pubis contra su cuerpo le digo “Dame un poco más.”.

miércoles, 17 de julio de 2013

El héroe de la mañana

El agua estaba calientita y yo pensaba en lo rico que es meterse a la ducha después de hacer ejercicio. Porque eso sí, mi madre me enseñó que una señorita debe bañarse, arreglarse y perfumarse todos los días aunque no tenga intenciones de salir, ni espere recibir a alguien en casa. “Las visitas pueden llegar en cualquier momento y no querrás que piensen que eres un animalito salvaje ¿O sí?”
En aquél tiempo me importaba poco lo que pensara la gente. Odiaba bañarme y me tenían que llevar a rastras a la ducha. Una vez que me metían el problema era sacarme de ahí, porque el agua estaba caliente y afuera hacía tanto frío que ya no quería salir. Además, jugar en la bañera era de lo más divertido.
Cerré el paso del agua y sacudí mi cuerpo para librarme de la mayor cantidad de agua. Junté mi cabello, lo exprimí, tomé la toalla y la jalé hacia mí. Vi de reojo que algo brincó y cayó dentro de la ducha. El instinto me hizo resguardarme en cuclillas en la esquina más apartada de aquella “cosa” y limpiar rápidamente mis ojos con la toalla.
Cuando me di cuenta de lo que era la piel se me puso de gallina y pensé que me desmayaría. Una enorme tarántula negra y peluda estaba justo en la puerta de la ducha. Grité, temblé y lloré. No se movía. Le hice shuu… shuuu… mientras que con una punta de la toalla intentaba asustarla. No se movía. El terror de que me brincara encima me ponía los pelos de punta. Los cinco o diez minutos que estuvimos ahí, yo intentando que se quitara, ella ignorándome, fueron eternos.
Le decía con llanto “Por favor, señora tarantulita, déjeme salir… por favor.” Pero se quedaba quieta, moviendo los pedipalpos como si estuviera tramando algo. Con las piernas temblorosas logré levantarme. Cogí la barra de jabón y la aventé cerca de ella. ¡Se movió! Mis gritos deben haber despertado a todos en el edificio. Se instaló en la pared, junto a la llave del agua. Lentamente empecé a moverme, con el cuerpo pegado a la pared. Paso a pasito. El teléfono celular empezó a sonar pero estaba en la recámara y no lo podía contestar.
Logré llegar a la puerta de la ducha, abrí e intenté salir corriendo, pero al poner el pie fuera de la ducha me resbalé y caí haciendo un split casi perfecto. No me importó, me levanté de inmediato, salí y cerré la puerta de la ducha. Juro que podía sentir las patas de la tarántula en mi cuerpo. Corrí al vestidor, corrí a la recámara, regresé al vestidor, regresé a la recámara. Estaba desnuda, dando vueltas como loca. Alguien llamó a la puerta, corrí hasta ella, me asomé por la mirilla y vi a Rubén, mi vecino. ¡Rubén! Fui por la bata de baño, con mucha dificultad logré ponérmela, corrí por las llaves, regresé a la puerta, quité el cerrojo y le abrí.
-¡Rubén! -Grité con lágrimas en los ojos.
-¿Qué pasa, mujer? Mi esposa me ha dicho que escuchó gritos y que no atiendes el teléfono.
El pobre de Rubén todavía tenía la marca de la almohada en el cabello, venía en pijamas y traía un bate de béisbol en la mano.
-Que me muero, Rubén. Me muero. -Temblaba como si tuviera el mal de Parkinson.
-¿Pero qué es lo que pasa? ¿Te han hecho daño? –Preguntaba mientras se asomaba al interior del apartamento levantando amenazadoramente el bate.
-¡Hay una tarántula gigante en mi ducha, Rubén!
-¿Pero qué dices, Valeria?
-Sí, una tarántula como de este tamaño, negra, peluda y asquerosa. ¡Tienes que sacarla de aquí!
Se me quedó viendo con incredulidad durante unos segundos. Empezó a sonreír y me hizo sentir la más tonta del planeta, aunque su mirada también consiguió hacerme sentir protegida y segura. En ese momento me di cuenta que estaba delante de un hombre, semidesnuda, sin una gota de maquillaje, con el cabello relamido y llorando ridículamente. Intenté componerme y parecer serena, aunque mis manos todavía temblaban.
-¿Tienes una escoba? –Me preguntó.
-Sí, en el patio, junto a la cocina. ¿Qué vas a hacer, Rubén?
-Matarla. ¿Qué más? ¿Dónde está la tarántula?
-Está en la ducha, pero no la puedes matar. Tienes que sacarla y llevarla al monte.
-¿Qué dices, mujer? A esos bichos hay que matarlos antes de que le piquen a alguien.
-Pues no. Te la llevas y la dejas en el monte. –Dije con autoridad.
-¿Y cómo pretendes que haga eso? ¿Me la subo al cuello y me la llevo?
-No, por supuesto que no. Pero tiene que haber una manera. Llamemos a los protectores de animales para que vengan a buscarla.
-Pero bueno, niña, no te das cuenta que en este país apenas tenemos policías de a pie. Y si les llamas se van reír de ti.
Entró al baño y lo escuché decir “Sí es una tarántula y sí está enorme. Yo no tocaré esa cosa.”
En ese momento llegó Marcela, la esposa de Rubén, acompañada de otra vecina a la que siempre saludo pero que nunca he sabido su nombre. Querían saber lo que estaba pasando. Les expliqué agregando un poco de drama para no quedar tan mal y las dos me decían “Mi niña, que susto debes haber pasado.”
La gente del edificio que a esas horas salía al trabajo o a dejar a los hijos a la escuela empezó a asomarse a mi apartamento para enterarse de lo que pasaba. No los culpo. Este lugar es muy tranquilo y nunca pasa nada, pero cuando pasa es porque entraron a robar o porque alguien murió.
Hubiera preferido que me dieran tiempo de arreglarme, ponerme un poco de maquillaje y ropa adecuada para la situación, sin embargo con tanta gente en el apartamento, asomándose al baño y queriendo conocer de primera mano el ataque de la tarántula gigante no me quedó más que sacar mis dotes histriónicas y contarles cada detalle, dramatizando la parte donde “se me quedaba viendo y hacía sus manitas así…”.
El hijo de una vecina, un niño de unos 8 años salió de mi baño, vestía uniforme del colegio, traía una sonrisa en el rostro y la tarántula caminándole en el brazo. “Estas arañitas no hacen nada.” Su mamá dio un grito ahogado. Todos nos apartamos de él como si tuviera lepra.
-Sácala de aquí. ¡Llévatela, por favor!
-Hace cosquillitas. –Dijo el héroe de la mañana mientras salía del apartamento con su madre a cierta distancia de él diciéndole “Pero cómo se te ocurre, esa cosa te puede matar…”.

martes, 16 de julio de 2013

El anuncio

Puse ese anuncio en el sitio de contactos porque estaba aburrida y llevaba un tiempo deseando vivir algo emocionante. Había pasado toda la tarde viendo fotos y anuncios de otras personas y sin pensarlo mucho publiqué un breve texto donde me describía y solicitaba un encuentro casual e inolvidable con un hombre.
"He estado sola desde hace un tiempo. Sé que no es posible sustituir en una noche la intimidad alcanzada en una relación de largo plazo, pero esta falta de contacto físico me está volviendo loca. Soy una chica joven, esbelta, sana y simpática en busca de un caballero para pasar un momento inolvidable. Me gustaría que nos encontráramos en algún lugar público (posiblemente para tomar una copa, o tal vez un helado), llegar a conocernos un poco, y si sentimos algo de química ir a mi casa o a la tuya a pasar la noche desnudos en la cama. Voy a mimarte mucho. No tengo límites. No quiero compromisos ni ataduras o relaciones complicadas. Sólo quiero sacarle algo positivo a esta soledad. Mi foto a cambio de la tuya."
Recibí algunas respuestas y me puse en contacto con un señor de cuarenta años que con honestidad me había dicho que era casado pero que también buscaba un tirón de adrenalina en su vida. Intercambiamos fotos, hablamos por teléfono y empezamos a planear una cita.
Una semana después llegué al apartamento un poco tomada. Estaba tumbada en la cama cuando me acordé de él. Le llamé y le di mi dirección. Bebimos un poco de vodka y fumamos algo de hierba mientras veíamos una película en la sala. Como era algo tímido decidí tomar la iniciativa. Me monté sobre su regazo y nos besamos un rato. Luego lo arrastré hasta la recamara.
Se fue poco antes de que empezara a amanecer y por el sueño apenas pude decirle adiós. Desperté al mediodía y encontré un par de mensajes de él en mi teléfono avisando que había llegado bien y que no había tenido problemas con su mujer. En otro mensaje me decía que se lo había pasado genial y que nunca pensó conocer a alguien como yo.
Para mí el asunto estaba terminado, así que no le contesté. Envió un par de mensajes más preguntando si me podía ver esa noche y le contesté que tenía otros planes y que en realidad lo que había pasado era cosa de una sola vez. Mandó algunos mensajes más intentando convencerme y como no recibía respuesta llamó un par de veces pero tampoco le contesté. Dejó de insistir y pensé que había entendido la situación.
Dos semanas después lo encontré sentado afuera de mi apartamento, con la ropa sucia, barba de varios días y un “Toda la vida, todos los días, he soñado con conocer una mujer como tú y ahora que te encontré tienes que saber que estoy loco por ti.”

lunes, 15 de julio de 2013

Mis padres

Soy la menor de tres hijos en una familia totalmente compleja. Hasta hoy no comprendo cómo es que mi padre se enrolló con mi madre. Qué bicho les habrá picado cuando pensaron que podían ser felices juntos. No tienen absolutamente nada en común. Quizá confundieron la amistad con el amor y cometieron el error de casarse. Pero más inexplicable es que después de tantos años siguen juntos.
Mi padre es un ser extraordinario, de carácter noble, cariñoso y tranquilo. Músico de toda la vida, que lo mismo recorre las cantinas con su guitarra que toca en la orquesta nacional. A él le da igual. Lo único que quiere es tocar sus melodías. Fue trotamundos en su juventud y ahora con la edad se ha hecho lector incansable de todo tipo de libros. Siempre tiene historias de aventuras en lugares lejanos con personajes maravillosos. No toma alcohol, nunca ha tomado, pero disfruta desvelarse en noches bohemias. Llora cuando se le mueren los amigos, quizá porque piensa que la muerte se le acerca, y yo lloro con él. Nunca ha hecho mucho dinero, pero tiene tantos y tan buenos amigos que los cuida y valora más que a toda la plata del mundo.
Mi madre, en cambio, es la mujer más amargada del universo. Una mujer profundamente religiosa, empecinada en que la gente viva como ella cree que se debe vivir. No sé de dónde o porqué se siente mujer de alta sociedad, porque a decir verdad su familia tampoco es rica. Ella dice que la falta de dinero es castigo de Dios por los pecados de mi padre. De mi infancia recuerdo a papá haciendo bromas a mamá y a ella la recuerdo hostigando a papá por holgazán y vago.
Tengo dos hermanos mayores, a los que mi madre ha dedicado la vida a mimar y consentir haciéndolos unos perfectos inútiles. Es una mujer muy machista y conservadora. Cree que la mujer debe dedicar su existencia a Dios y a atender a los hombres de su casa y eso lo aplica a la perfección con sus hijos varones, pero no con su marido. A papá no lo atiende como a mis hermanos.
Nunca fui la típica niña, o al menos no fui como eran mis amigas de aquél tiempo. Desde pequeña fui muy apegada a mi padre y busqué alejarme de todas las formas posibles de mi madre. Tuve grandes pleitos con ella cuando me pedía que les sirviera la comida a mis hermanos o que limpiara su habitación. ¡Que lo hagan ellos!
De pequeña creía tener los poderes de Ranma ½ y podía convertirme en niño o niña a placer. Mi madre se molestaba mucho porque yo pasaba el día en la calle jugando pelota con otros niños, trepando árboles o andando sin rumbo fijo en la bicicleta. Algunas veces me encerraba en mi habitación castigada por haber llegado tarde, con algún raspón en las piernas, o con la ropa mojada por haber nadado en el río, pero yo siempre lograba escaparme por la ventana y ella no se enteraba.
Alguna vez me dijo ¡Eres la desgracia de esta familia! Me enfurecí y le contesté con algo que sabía que le dolería: ¡Dios te castigó conmigo por algo muy malo que hiciste!. Me persiguió por toda la casa con un cinto en la mano. Logré encerrarme en mi habitación y no le abrí aunque golpeaba la puerta y me amenazaba con castigos terribles. Estuve castigada dos semanas por eso.
Con mis hermanos siempre discutía y algunas veces me liaba a golpes con ellos. Si papá estaba en casa me defendía y los regañaba por meterse con una niña. Aunque por su trabajo de músico en realidad siempre estaba en la calle. Quizá los mejores momentos de mi infancia hayan sido con él. Me gustaba su compañía porque contaba con paciencia infinita la trama del libro que estaba leyendo, me explicaba las letras de las canciones que le gustaban para que las cantara con él, me contaba alguna anécdota divertida de sus amigos, jugaba conmigo y me hacía reír hasta que me dolía el estómago.
Mi madre no buscaba acercarse a mí. Había mucha rivalidad entre nosotras. Le molestaba a rabiar que mi padre fuera amoroso conmigo y a mí me mataban los celos porque ella solo tenía ojos para sus hijos varones. Cuando andaba de buenas me pedía que me sentara con ella en el patio de la casa y mientras tejíamos me daba consejos sobre cómo debería comportarse una señorita decente, como debería cuidar mi virtud cuando tuviera novio y siempre insistía en que siendo una niña tan bonita debería ser inteligente y buscarme un hombre que tuviera futuro. No cometas el mismo error que yo, casándote con un bueno para nada.
Como mi padre pasaba mucho tiempo fuera y mi madre solo tenía ojos para sus hijos varones yo estaba siempre sola, sin alguien que me acompañara o me enseñara acerca de cosas de la vida. Pero no me quejo. Aprendí sola y aprendí bien. Me hice dura y pronto supe como manipular a la gente para que hicieran las cosas que yo quería. Dicen que las travesuras que hacía eran para llamar la atención de mi madre. No lo creo. Nunca me ha importado mucho lo que ella piense de mí.
Algunas veces me dejaba esperando afuera del colegio. Cuando ya se habían ido todos los demás niños y cerraban las puertas del cole sabía que mi madre ya no llegaría por mí y que era el momento de empezar a caminar de regreso a casa. Tenía 6 años y vivíamos como a una hora del colegio. Lo hacía a propósito. Era su manera de demostrarme que estaba molesta conmigo por algo que había hecho.
Quizá el recuerdo más hermoso de aquellos tiempos es Bartolo, el labrador color miel que me regaló mi padre. Ese perrito es el ser más cariñoso que ha existido en este planeta. Andaba todo el tiempo conmigo y me cuidaba para que nadie me hiciera daño. Era bellísimo y traía todo el tiempo la lengua de fuera. Brincaba de alegría en cuanto me veía llegar del colegio o de clases de ballet y yo jugaba con él y le rogaba a mi madre que lo dejara dormir conmigo porque pensaba que le daría miedo dormir sólito afuera de la casa.

domingo, 14 de julio de 2013

Hablemos de sexo

Hablemos de sexo, pero sin miedos ni complejos, conscientes de que todos tenemos deseos y curiosidad. Creo que todos, absolutamente todos tenemos fantasías sexuales. Para algunos serán imágenes de situaciones muy tiernas e inocentes y para otros quizá se trate de deseos un tanto subidos de tono pero, sin distinción, todos alguna vez hemos deseado e imaginado hacer algo con alguien. Mis fantasías por lo general son muy intensas y algunas de plano son inconfesables. A veces pienso que he fantaseado con casi todas las personas que conozco.
Si bien las fantasías no son malas he llegado a la conclusión que son mejores si se quedan en la imaginación, porque si se hacen realidad nunca va a ser tan bueno como lo pensabas. Por ejemplo, tuve un novio al que le propuse hacer un trío con otra mujer. Llevaba días dándole vueltas a la idea en mi cabeza y entre más lo imaginaba más se me antojaba. Su respuesta fue un rotundo ¡No! “Las relaciones íntimas son para demostrar amor a tu pareja.” Curioso, porque cualquiera habría pensado que la que debió haber dicho esas palabras era yo. Para mí el sexo es sexo y nada tiene que ver con el amor.
Él ya me había dado su respuesta y yo no tuve argumentos ni ganas para insistir. Le hice creer que compartía su manera de entender la relación de pareja y que lo mío había sido un lapsus brutus que desapareció por arte de magia. Por supuesto que no era verdad. Lo hice con una mujer y lo hice sin él. Desde entonces la fantasía del trío se desvaneció por completo. Comprendí que es más intensa una relación de dos personas y que involucrar a alguien más puede ser complicado.
También tuve mi época de exhibicionista. No pienses que andaba con una gabardina por la calle. No. Fue cuando instalaron internet en la casa porque mi madre pensaba que me ayudaría en las tareas del colegio. ¡No sabe lo que hizo! El internet fue algo muy grande para mí y creo que nunca lo debí haber descubierto. Se podría decir que fue la manzana que Eva me entregó. Me abrió los ojos a un mundo nuevo. Buscaba hoja de cálculo y aparecían mujeres culonas en la pantalla.
En ese tiempo tenía mucha curiosidad y pasaba horas en chats para adultos, hablando con extraños de todas partes del mundo. Conocí gente de todas las edades con manías y aficiones que ni siquiera sabía que existieran. Solía inventar cosas sobre mí, sobre mi cuerpo, mi edad, el color de mi piel, mi cabello, mis ojos y, por supuesto, inventaba y descubría mis propias aficiones. Algunas veces era una mujer casada, otras veces era una madre soltera que necesitaba dinero, o una stripper, mesera, rica, pobre, etc. Nunca daba datos reales para que no me ubicaran. Tenía largas conversaciones que por lo general eran muy excitantes.
En uno de esos chats hice buena amistad con un señor mayor. La misma noche que lo conocí tuvimos cybersexo y la pasamos bien. Desde entonces cada vez que me lo encontraba le mandaba mensajes traviesos y nos divertíamos juntos. En ese tiempo me hice de una cámara web y me sorprendí por las cosas que era capaz de hacer.
Descubrí que podría usar la cámara y seguir permaneciendo en el anonimato. Al principio los chicos del chat me pedían que hiciera cosas atrevidas, pero yo les mostraba muy poco, después fui agarrando valor y perdiendo el pudor. Hice todo. No creo que tenga que ser muy explícita acá. Esa fue mi etapa de exhibicionista. Un día un tipo quiso obtener beneficio con supuestas grabaciones y hasta ahí llegó mi aventura con la webcam.
En esa etapa del internet y el cybersexo desarrollé un sexto sentido que me permite ver el lado oscuro de la gente. También fue en esa época cuando empecé a escribir en mi diario una lista de las personas con las que me gustaría tener sexo.
Otra de mis fantasías era hacerlo en un lugar público y la cumplí por primera vez el día que nos estacionamos en la acera de una de las avenidas más transitadas de la ciudad y lo hicimos ahí, dentro del auto, con gente caminando junto a nosotros y una interminable fila de vehículos pasando lentamente por el otro lado.
Masoquismo y/o sadomasoquismo lo tolero hasta cierto límite. Me gusta mucho morder y que me muerdan, sobre todo la espalda. Una dosis adecuada de dolor es un condimento que le da más sabor al momento. También me gustan las personas dominantes, esas que con un buen beso te hacen saber que te quieren coger. Con el tiempo he aprendido que las personas tímidas tienen muchos deseos contenidos y no hay que descartarlas a la primera, porque son las que más se esfuerzan para complacerte. Sé que soy muy abierta en este aspecto y la verdad es que creo que estoy en la etapa en que el sexo ocupa gran parte de mis pensamientos y de mi vida.

sábado, 13 de julio de 2013

Amores platónicos

El sábado fui a cenar con un amigo. La verdad es que se ha esforzado mucho por estar en mi vida y poco a poco ha ido ganando espacios que pensé imposibles. No es ningún adonis, ni siquiera es guapo, de hecho es gordo y sus facciones son toscas, pero es inteligente y tiene mucho carácter. Es mayor que yo y tiene una personalidad que me hace sentir protegida y segura. Dice que está enamorado de mí y quiere que vivamos juntos. Yo... no sé lo que siento por él.

No estoy enamorada, pero hay algo en él que me atrae. No es su dinero, que tiene y mucho. La verdad es que si no le conociera y lo viera en la calle no me interesaría en lo más mínimo. Además, él no me conoce bien, ni tiene idea de lo loca que puedo ser. Y bueno, también está mi maldita obsesión por no dejar que la gente se acerque mucho a mí para no hacer más daño, porque sé que soy muy inestable. Acabaría detestándole y la única alegría que encontraría sería romperle el corazón.

Reflexionando sobre esto recordé a alguien que fue muy importante para mí. Un tipo que era realmente hermoso, en su físico y en su personalidad. Lo conocí muy poco, hace mucho tiempo, cuando yo era todavía muy pequeñita. Desde que lo vi me impresionó. Era justo como había soñado a mi hombre ideal. Y, en ese caso fui yo la que hice hasta lo imposible por hacerme notar.

Iba a las fiestas donde sabía que estaría él, me hice amiga de sus amigos para estar cerca de él, hablaba de películas y videojuegos que sabía que a él le gustaban, le confesé a su mejor amigo mi enamoramiento haciéndole prometer que no le diría nada a nadie, pero secretamente tenía la esperanza de que se lo dijera a él. Me vestía y actuaba como una persona mayor para que no me viera como una niñita tonta. Leía poemas de amor que me hacían soñar con él y todas las canciones románticas estaban escritas para él.

Un día estábamos todos los chicos reunidos y sin decir agua va me besó y su beso me llevó hasta las nubes. Yo era virgen en ese tiempo y no tenía nada de experiencia con chicos. Nos encerramos en una habitación e hice todo lo posible por hacerlo feliz, pero él era rudo conmigo y no tenía paciencia. Al poco tiempo se aburrió y regresó a la otra habitación a jugar videojuegos con sus amigos. Nunca más mostró interés en mí, siguió con su vida y al poco tiempo supe que se andaba de novio con una mujer de su edad.

En secreto le juré amor eterno, porque en ese tiempo estaba segura de que lo amaría toda la vida. Aunque me casara con otro hombre, mi mente y mi cuerpo estarían siempre dispuestos para cuando él lo quisiera. Pensaba que algún día se daría cuenta de que yo era la mujer indicada para él y regresaría conmigo para siempre. Moriríamos viejitos amándonos como el primer día y alguien haría una película de nuestro romance.

Pasaron algunos años y tuve otras relaciones, aunque en realidad nunca logré comprometerme totalmente porque en mi interior yo estaba segura que el amor de mi vida me buscaría algún día, así que intentaba no hacer lazos con nadie, ni involucrarme demasiado. Con el tiempo dejó de ser importante para mí y se convirtió en un recuerdo de adolescencia que no tenía gran significado en mi vida.

Me vine a estudiar la universidad al DF y en algún intersemestral fui de vacaciones a la casa de mis padres. Busqué a mis amigos de siempre y salí con ellos de fiesta. Estábamos platicando de esto y de aquello cuando un tipo se acercó y me saludó con mucha familiaridad. Sonreí y le pregunté de dónde nos conocíamos. ¡Val, soy Antonio!

Madre de Dios. No era nada de lo que yo recordaba. Debo haberlo idealizado tanto que mi mente lo transformó en un ser increíblemente hermoso. Lo que tenía frente a mí eran los vestigios de una hermosa ilusión. El holocausto a mi más grande amor adolescente. Tuvimos que irnos del lugar porque era insoportable. Estaba ebrio, hablaba con vulgaridad y cuando me abrazaba me tocaba el trasero. Además olía a que se había comido un gato y para colmo tuvimos que pagar sus tragos porque cuando pedimos la cuenta se hizo ojo de hormiga.

Luego me contaron que la vida lo había tratado realmente mal. Había heredado la empresa de su padre, se había casado y tenía dos hijas. La empresa quebró, su esposa se fugó con el marido de su hermana, se llevó a las hijas y le quitó hasta el último centavo que le quedaba. Había tratado de rehacer su vida y se volvió a casar, la segunda esposa lo demandó porque no llevaba dinero a casa y había estado varias veces en prisión por fraude al fisco.
Me dio algo de compasión e intenté contactarlo varias veces pero nunca más di con él. Algunas veces pienso que esta historia pudo haber sido diferente si, en su momento, hubiera sabido lo que yo sentía por él. Aunque otras veces pienso que conmigo le pudo haber ido peor.

viernes, 12 de julio de 2013

La otra Valeria está loca

Me parece que todos, de alguna manera, tenemos una doble vida: En mi caso soy dos mujeres. O una mujer con doble personalidad. Por lo que les he contado quizá crean que me conocen, pero en realidad solo he mostrado una parte de mí. La otra Valeria casi no se asoma porque está loca. Es reservada, tímida, aburrida, sufre ataques de pánico y se cree víctima de todo. Esas dos personas que soy viven en mí y aprendieron a convivir y a respetar sus espacios sin estorbarse ni hacerse daño.

Y sí, estoy loca. Créanme. Tengo algunas manías. Por ejemplo, cuando estoy harta de todo, salgo a caminar por horas y cuento historias de mi vida, como si las estuviera contando a alguien más.  Cuando viajo en autobús leo los letreros de los comercios en voz alta y la gente me ve raro. Si hago pipí antes de dormir no tiro de la cadena porque creo que me traerá mala suerte.

Me obsesionan por igual la vida y la muerte. Me doy cuenta que la mayoría de la gente pasa la vida sin tener idea de lo que hace o para qué lo hace, sólo viven y pretenden que todo está bien o todo está mal. Como esos que se autocondicionan la felicidad: "Cuando tenga dinero, cuando sea mayor, cuando alguien me quiera, cuando tenga el valor, cuando deje el alcohol, cuando baje de peso, cuando consiga ese trabajo... cuando muera descansaré.".

Para mí cada día que amanece es como lanzar una moneda al aire. Lo que hoy me entusiasma puede que mañana lo deteste. Me dicen más los gestos de la gente cuando habla que las palabras que dicen. Casi siempre sonrío y asiento con la cabeza cuando alguien me habla, pero en realidad nunca les entiendo. Fantaseo con casi todos los que conozco y me enamoro si alguien me sonríe. Además tengo mis propias ideas y teorías sobre el sentido de la vida y he llegado a la conclusión de que me volví loca porque de niña comía hormigas.

A veces, cuando conozco gente nueva, trato de imaginar, por su manera de ser y su carácter, que tienen un lado oscuro y a todos les invento una vida alterna, donde son exactamente opuestos a lo que muestran en público. Los más débiles son los más fuertes, las más inocentes, son las más putas, los betas son alfas y así.

También me gusta inventar otras versiones de mí. Versiones mejoradas, por supuesto. Valeria, la abogada famosa. La atleta que gana todas las medallas. La millonaria que ayuda a los más pobres. La científica que cura el cáncer. La periodista que descubre el fraude. Todos me quieren y me admiran. Es patético. Lo sé. Me consuela pensar que el mundo está lleno de locos como yo, intentando pasar desapercibidos.

Cuando era niña me llevaron a terapia. El primer psicólogo dijo que todo sería confidencial, que no diría nada a mis padres de nuestras sesiones a menos que se tratara de algo muy grave. En ese tiempo yo era menor de edad y tenía un rollo con una mujer casada, ¿Se lo iba decir? Por supuesto que no. Empecé a mentir y a mentir hasta que no tuvo caso. Me sentía como en el confesionario inventando pecados ligeros, un novio imaginario y un amor imposible.

El psicólogo habló con mis padres. Les dijo que yo era la típica adolescente idealista y que mis inquietudes eran propias de una chica de mi edad. Mi madre, que en todo se mete, no se tragó el cuento y sospechó de inmediato. Le dijo que escarbara más, que yo no era tan inocente como parecía. Esa niña oculta algo. El doctor se negó y dijo que yo estaba perfectamente sana y esa actitud no ayudaría en nada a mi desarrollo emocional.

Tiempo después mamá me obligó a ir con una psicóloga. Una señora de unos 40 años, muy seria y de aspecto algo lúgubre que hablaba despacio y mantenía siempre una sonrisa hipócrita. Con ella me divertí haciéndole creer que yo era una ninfómana empedernida y me pasaba toda la sesión hablándole de experiencias sexuales que me inventaba en el momento. Ella insistía en hablar de otros temas pero yo le daba más detalles de lo que supuestamente había hecho. ¡Que risa ver su cara colorada y su bochorno!

Supe que todo se lo contaba a mi madre, porque empezó a vigilarme todo el tiempo. Entraba a mi habitación en los momentos más inoportunos y sin tocar la puerta. Me obligaba a ir a la iglesia y a rezar por las noches. Me compraba ropa infantil y me buscaba novio entre los chicos que iban a su clase de catecismo.

Un psiquiatra me recetó unos calmantes que me tenían todo el día idiota e incapaz para llevar una vida normal. Las pastillas las regalé a Juan, un amigo que siempre andaba metido en chismes de drogas. En fin, no necesité que me ajustaran las tuercas del coco hasta el asunto de T.

jueves, 11 de julio de 2013

Yo, sin etiquetas

Siempre tuve dudas que me carcomían el alma. Las cosas que imaginaba y deseaba me hacían sentir culpable, como si hubiera algo malo en mí. Fue una época de caos, de temor a mí misma, a que se me notara, a ser descubierta y juzgada por mi familia y amigos.

Pensaba que era lesbiana porque me gustaba ver mujeres y soñaba romances imposibles con compañeras del colegio. Sé que esto no me pasaba por casualidad. De pequeña había jugado al amor con mis primas. Nos habíamos tocado y besado, pero había sido solo un juego, nunca algo sentimental. Además, éramos tan pequeñas que ni siquiera sabíamos bien lo que hacíamos o hasta dónde podíamos llegar con esos juegos.

A los catorce años me expulsaron del colegio por besar a una chica. Una experiencia que me marcó para toda la vida. No sólo porque me descubrieron, sino porque el juicio más duro fue el de mi mamá. Como consecuencia pasé un tiempo en el internado del Sagrado Corazón de Jesús. Un lugar muy oscuro y triste que es utilizado para disciplinar niñas rebeldes, pero que iluminó para mí, con amor maternal, obsesivo e ilícito, la madre Eudith.

Cuando regresé a casa estaba decidida a hacer a un lado mi deseo prohibido. El temor a ser descubierta nuevamente era más grande que mi curiosidad. Solo pensar lo que diría mi madre me deprimía al punto de no querer vivir. También estaba la cuestión de la sociedad, siempre dispuesta a señalar, acusar y juzgar con ideologías retrógradas. Pero bueno, la verdad es que esto que me pasaba ni yo misma lo comprendía.

Por otra parte, también me sentía atraída por los hombres mayores que yo. Nunca me interesaron los chicos de mi edad, así que durante un tiempo me enfoqué solamente en los hombres, intentando dormir esa parte de mí que sentía atracción hacia las mujeres. Pero es que tampoco había muchas oportunidades de hacer realidad mis deseos. ¿A quién le iba a pedir que experimentara conmigo?

Internet me dio otra perspectiva de las cosas y la oportunidad de explorar mi sexualidad de una manera diferente. Pasaba noches enteras en chats para adultos. A esa edad ya tenía la imaginación muy desarrollada y me inventaba personajes que a los hombres les gustaban. Eso sí, si había otra mujer en la sala intentaba llamar su atención descaradamente. Era difícil, porque la mayoría de los que estaban ahí eran hombres, los demás eran hombres que se hacían pasar por mujeres y las que sí eran mujeres dudaban que yo fuera mujer. De cualquier manera mis noches ahí eran divertidas y excitantes.

Una de esas noches conocí en el chat a LaReinaCarapan. Una mujer mayor que yo, pero que pensaba como yo y vivía en la misma ciudad. Mentí sobre mi edad para que no me rechazara. Al principio desconfiaba un poco de mí, pero la conversación fue agradable y todo salió bien. La noche siguiente regresé al chat y ahí estaba ella, esperándome. Platicamos esa noche y muchas noches más. Hablábamos de todo, de cualquier cosa, no solo de sexo, sino de cosas de nuestra vida, nuestros días, nuestros gustos y hasta de hombres, libros y telenovelas.

Un día dijo que quería conocerme y propuso encontrarnos en algún lugar. La idea me frikeó mucho porque hasta entonces había querido mantenerme en el plano cibernético, donde todo es fantasía. Además ella era mayor que yo. Intenté un par de evasivas pero al final no pude negarme. Había buena química entre nosotras, me sentía muy identificada con ella y también quería ver cómo era físicamente. Le dije a mi madre que después del colegio iría a estudiar a la casa de una amiga. Sabía que cuando se trataba de asuntos de la escuela nunca me negaba los permisos.

Caminé unas tres cuadras desde el colegio hasta el lugar donde habíamos quedado. Iba cargando el bolso con los libros escolares y hacía un calor de los mil demonios. Cuando llegué tenía la ropa pegada al cuerpo por el sudor y estuve a punto de darme la vuelta e irme a casa, pero encontré el Nissan rojo bajo la sombra de un árbol y quise echar un vistazo antes.

Pasé un par de veces junto al auto, intentando verla desde afuera pero la sombra del árbol reflejaba mi imagen y no me permitía ver el interior. Finalmente me armé de valor, abrí la puerta del pasajero, tiré el bolso en el asiento trasero y me senté junto a ella temblando de nervios.

Tendrías que haber visto su cara de asombro. Pero qué... ¿Qué pasa? Sabía que reaccionaría así. Había mentido sobre mi edad y además en ese tiempo tenía el cabello muy corto -como lo usaba la madre Eudith- que me hacía ver aún más joven. Le supliqué que nos fuéramos de ahí porque podría llegar mi mamá. Arrancó el auto y avanzó sin prisa, como dudando si no sería mejor darme una patada en el trasero y librarse de mí.

Condujo hasta un parque muy alejado porque yo temía que alguien me reconociera. Estaba segura que si me veían con ella inmediatamente sabrían que algo se estaba cocinando ahí. Cuando detuvo el auto me miró durante unos minutos, como si no lo pudiera creer, después me interrogó como agente de la Gestapo.

-Soy bastante mayor de lo que parezco -dije, con seriedad. -La gente siempre lo comenta. Tengo cara de niña.
-¿Cuántos años tienes?
-Dieciocho -mentí.

Se echó a reír. Era obvio que estaba muy nerviosa. Intenté tranquilizarla diciéndole que en realidad no estábamos haciendo nada malo. Solo queríamos conocernos y platicar. Al menos no soy la mata viejitas. Me miró y reímos a carcajadas. Fue entonces cuando me atreví a verla a los ojos. Era delgada, de piel blanca pero con el cabello negro alborotado, cejas muy pobladas pero muy bien arregladas, ojos aceituna, labios color rosa, dientes muy blancos y una sonrisa por la que te quieres morir.

-¿Por qué estás aquí? ¿Tienes problemas?
-Uff... Muchos.
-¿Tienen arreglo?
-Creo que no -respondí. -Estaba pensando en eso cuando venía para acá.
-Quizá pueda ayudarte en algo. -dijo -Quizá no sea tan difícil.
 -No puedes ayudarme. -dije con una sonrisa -Así que no le demos más vueltas. Estoy harta de que la gente me juzgue y me gustaría que me contaras cosas alegres.

Estuvimos ahí, en su automóvil platicando de esto y de aquello hasta que empezó a oscurecer. Me llevó de regreso al colegio y cuando se detuvo le pregunté si la volvería a ver. Sacó un par de anillos de la guantera y dijo Soy casada.
 
Nos vimos tres veces más en el mismo lugar. De su marido nunca dijo nada y yo no quise preguntar. El chat fue sustituido por el teléfono. Pasábamos horas hablando de mil cosas. Mis padres me regañaban porque ocupaba la línea todo el tiempo. Eso sí, cuando quería hablar de sexo ella se hacía la tonta y le daba la vuelta a la conversación. No quiero ir a la cárcel por caliente. Evitaba el tema, y lo evitó hasta que ya no fue posible.

La siguiente vez que nos vimos hicimos lo de rutina: Yo tenía que estudiar. Ella pasaba por mí al colegio y nos íbamos al parque. Ahí, en su auto me besó por primera vez. Un beso muy tierno con sabor a fresa. Había gente caminando junto a nosotras pero no nos importó. Entre besos me preguntó si me estaba gustando y mi respuesta fue besarla con más pasión.

Tomé su mano entre mis manos y la llevé bajo la falda de mi uniforme. ¿Estás segura? Quise decirle que no estaba segura de nada pero en lugar de eso acaricié torpemente sus senos. Inmediatamente inició una exploración frenética y deliciosa en mi entrepierna. Su lengua jugaba con la mía, sus dedos acariciaban mi humedad y yo me sentía en las nubes con las mejillas coloradas y muy calientes. Tenemos que irnos de aquí. Arrancó el vehículo y condujo unos veinte minutos hasta su casa.

Vivía en una zona de gente rica. Entró a la casa con la seguridad de que no había nadie y me llevó a su dormitorio. Se sentó en la cama y me miró en silencio. Quizá esperaba librarse de cualquier culpa si yo daba el primer paso. La niña fue la que empezó todo, señor juez. Caminé por la habitación inspeccionando la decoración y acariciando la tela de los muebles con las yemas de los dedos. En el tocador había una foto de ella con su marido.

-Es guapo. ¿Lo amas?
-Sí. Es un hombre muy bueno.
-¿Entonces?
-Soy rara. Lo amo, pero también podría enamorarme de ti.

Cerré las cortinas y apagué las luces. Ámame como dijiste que lo harías. Esa tarde La Reina Carapan coronó a su princesa. Nunca olvidaré su mirada cuando asomó su rostro entre mis piernas, tenía en los labios una sonrisa maliciosa, como diciendo te voy a llevar al cielo.

Regresé a casa de noche con una alegría en el alma que me duró semanas. Deseaba pasar más tiempo con ella pero cada vez era más difícil vernos. En casa dije que por las tardes tomaría clases privadas de español e historia con una señora que se llamaba Ana porque no encontraba otro pretexto para justificar mi amistad con una mujer mayor, así que teníamos que vernos en su casa o en el parque, siempre a escondidas y las excusas de los estudios no podían ser todos los días. Eran tiempos extraños porque vivíamos en una constante paranoia de ser descubiertas.

Ella me enseñó que no soy lesbiana, ni bisexual. Simplemente soy yo, sin etiquetas, capaz de hacer lo que yo quiera y vivir tranquila con eso. Todo es perfecto cuando nada te importa.